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por Pati Blasco
Guerreros alpinos , el libro escrito por Bernadette McDonald, que relata la historia del alpinismo esloveno es también una historia de los Balcanes, de la desmembración de Yugoslavia, de los escaladores de esa región y su irrupción en el escenario mundial de la escalada. De personalidades con una autosuficiencia y una determinación forjadas por la historia de un país sometido a una amenaza política casi constante y profundamente herido por conflictos internos.
Y así, meditando sobre la guerra y los conflictos me sumerjo de nuevo en el libro “Guerreros alpinos. La historia heroica del alpinismo esloveno” de Bernadette McDonald, una autora que me cautiva por su implicación en aquello que acomete. Una implicación emocional, intelectual y física. Cada uno de sus proyectos tengo la sensación de que son algo holístico que comprometen a todo su ser y que después, en el trabajo terminado, tienen una distancia y una objetividad que como lectora agradezco.
Me parece tremendamente complicado meter las entrañas en algo y después tener la capacidad de dejarlas fuera para que la cerradura por la que se mira se ensanche. Y es que este es un libro ancho. Espacioso. En el que cabe una historia viva, una historia para todos, una historia para vivir.
La semilla de este relato se plantó cuando la autora se encontraba en Eslovenia, documentándose para la biografía de Tomaž Humar. «Al escuchar a los escaladores eslovenos, me fue asombrando cada vez más la profundidad y riqueza de su comunidad. Y me quedé asimismo perpleja con lo poco que, fuera de Eslovenia, se conocían esas historias y aquellos alpinistas.
Sin duda, había estrellas internacionales como Tomo ?esen, Marko Prezelj, Silvo Karo y Andrej Štremfelj, escaladores respetados que sí tenían un perfil fuera de su país. Pero había muchos otros, con escaladas destacables en su haber y vidas interesantísimas, que eran prácticamente desconocidos».
Y muchos de los protagonistas son escaladores eslovenos casi desconocidos a pesar de que sus logros definieron el núcleo duro del himalayismo durante veinticinco años, en la era dorada del alpinismo que arrancó a mediados de la década de los setenta. Aquel explosivo y apasionante periodo de ascensiones audaces no ocurrió por casualidad. Los escaladores de aquella época gozaban de un liderazgo legendario, de una terca determinación y del apoyo de programas nacionales de entrenamiento.
La autora se sumergió en el rico, complejo, contradictorio y a menudo discordante mundo de los escaladores eslovenos, que habían realizado algunas de las ascensiones más impresionantes del mundo: la cara sur del Makalu, la cara sur del Lhotse, el Everest por la arista oeste directa, la cara sur del Dhaulagiri y muchas más. Y se sumergió hasta el fondo como suele hacer, ideando una suerte de retrato antropológico, buscando nexos y salvajes diferencias no parece que con una intención de encasillar sino de comprender.
Y aunque no hable su idioma y viva a 13.000 kilómetros de ellos, Bernadette se acercó para entender que se criaron en paisajes montañosos que modelaron su carácter, y que en casi todas las estanterías, las mesillas de noche o los corazones de esos autosuficientes alpinistas había un libro que les influyó profundamente: Pot (El camino). Un texto escrito por Nejc Zaplotnik, que abrió la directa a la arista oeste del Everest, una de las vías más difíciles en el techo del mundo, y murió en 1983 en el Manaslu.
Nejc inspiró no solo con sus escaladas, sino también invitando a los escaladores a que reconocieran el significado más profundo de sus propias experiencias en las montañas. «Puesto que ese hombre y lo que había escrito influyeron en tantos escaladores sobre quienes yo quería escribir, antes de nada yo tenía que conocer Pot. Si quería comprender a los escaladores de esa parte del mundo, iba a necesitar entender al hombre, que, más que ningún otro, había influenciado su filosofía de escalada».
Ese delgado volumen se había convertido en uno de los libros más queridos en todo el país, un libro de culto. El problema es que solo está escrito en esloveno y Bernadette consigue que le traduzcan el libro de manera oral por skype. Este detalle, que en realidad marca el ritmo de la historia, me parece grandioso, una especie de juego literario y juego real, un homenaje y una senda. Me conmueve cómo ella espera con ilusión el momento en que se sentará a escuchar, de la voz de una amiga, las palabras de ese poeta, filósofo, escalador, que marcó profundamente e inspiró a todos los eslovenos, así como a personas que vivían en otras naciones balcánicas.
Y la autora lo utiliza como una guía, una especie de cábala para contra las grandes escaladas y las curiosas vidas de sus protagonistas. «Gracias, Nejc Zaplotnik, por tus inspiradoras palabras, que fueron mis compañeras y mi guía en este viaje».
Para escribir sobre este libro escucho, una y otra vez, una canción que me conecta con el espíritu luchador, se trata de Guerrero de Robe, y la intento usar del mismo modo que hace Bernadette con Pot…
«Como buen guerrero,
para ser sincero,
cuando el cielo está tan azul,
que el ayer no se fue entre los dedos».
El ayer que en ocasiones se confunde con el hoy, porque toda la historia es una historia del presente. Porque Guerreros alpinos es también una historia de los Balcanes, de la desmembración de Yugoslavia, de los escaladores de esa región y su irrupción en el escenario mundial de la escalada. De personalidades con una autosuficiencia y una determinación forjadas por la historia de un país sometido a una amenaza política casi constante y profundamente herido por conflictos internos.
Me pregunto a menudo sobre la profunda relación entre guerra e historia. Entiendo que una de las finalidades de la historia es la de ayudarnos a comprender nuestro lugar en el mundo, y “el lugar” de aquellos alpinistas era la paz de sus montañas, ya que las paredes del Annapurna eran más seguras que la guerra.
«Un grupo de personas que afrontaron penalidades y pobreza, que pelearon en guerras infames por las que fueron denunciados, y que se esforzaron por entender la cambiante retórica ideológica que les rodeaba. A lo largo de todo ese trayecto, nunca perdieron su pasión por la escalada».
«Como buen guerrero,/puedo dar la talla;/puedo darlo todo,/pues doy todo por perdido/en cada batalla./Y nunca me he rendido,/porque si la pierdo,/¿para qué quiero estar vivo?»
De ahí ese tono melancólico, con el que la autora recorre casi todas las importantes escaladas de la era dorada de la escalada eslovena, definir cual es esa época no es una tarea fácil. «Pero la mayoría están de acuerdo en que la generación de los escaladores de los ochenta no tenía parangón. Sus habilidades físicas, su concentración mental, motivación y entrenamiento, combinados con una realidad económica relativamente sencilla (gracias al socialismo), produjo un cuadro de superestrellas.
Fran?ek Knez lideraba el grupo, pero no estaba solo. Silvo Karo, Janez Jegli?, Pavel Podgornik, Tomo ?esen y Slavko Sveti?i? son nombres que resonaron en el mundo del alpinismo de élite, desde las paredes de Eslovenia a las de la Patagonia y el Himalaya. Junto a expedicionarios ligeramente más viejos que ellos y con muchísima experiencia, como Andrej Štremfelj, Šrauf, Marjan Manfreda, Viki Grošelj, Filip Bence, el croata Stipe Boži? y varios más los alpinistas eslovenos estaban considerados los mejores del mundo. El coste, como ocurre en la mayor parte de las épocas doradas de la escalada (británica, polaca y rusa) fue trágicamente alto».
Esta es la historia de todos ellos, de aquellos primeros guerreros alpinos, que como Nejc, pudieron descubrir la fascinación de lugares salvajes, sentir el poder de paredones de roca y resplandeciente hielo azul, rendirse a la seducción de escalar hacia el cielo, abrazar lo salvaje que hay dentro de ellos mismos, y valorar como un tesoro el don de la amistad en las montañas. Es la historia de aquellos que, a pesar de la historia, encontraron un camino en ocasiones trágico pero en cualquier caso más libre que el que les había sido asignado.
«Aquel que persigue una meta quedará vacío cuando la haya alcanzado. Pero quien haya encontrado el camino, siempre llevará la meta consigo». Nejc Zaplotnik, Pot
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